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viernes, 4 de diciembre de 2009

Disfruten a Wimpi. ¡¡Grandes verdades!!

El tamaño de los sueños


El tipo se hace, por lo general, pesimista, a fuerza
de ir viendo lo que les pasa en la vida a los optimistas.
Hay un optimismo capaz de producir pesimismos.
Es el de los optimistas que enajenan el presente,
que desatienden la hora en que se vive.

Aspirar a la plenitud, es un modo de conspirar contra
ella. Quien aspira a mucho, en efecto, siempre se
siente defraudado por lo que pudo, luego, conseguir.

Cada hora de la vida tiene una riqueza, un significado,
un sentido. Cuando el tipo no aprovecha esa riqueza,
no advierte ese significado, no entiende ese sentido,
ha sufrido una pérdida que ya con nada podrá
compensar.

No es optimismo auténtico el de quien espera
confiado a que la realidad llegue a tener el tamaño de
sus sueños: lo es, en cambio, aquel capaz de vivir su
sueño como una realidad.

Esperar a que una ilusión se realice, es una falta de
respeto para con la ilusión. Esperar a que se transforme
en una cosa que pueda tocarse o guardarse en un cofre
o ponerse en la heladera, es quitarle a la ilusión sus
valores más ciertos, su gracia más diáfana y su gloria
más pura. Es confundir a la ilusión con un pagaré.

Dicen los pesimistas que no puede haber felicidad
completa, porque están aburridos de ver la decepción
de los optimistas que creían que podía haberla.

Pero es que la felicidad no es nunca una cosa hecha:
se va haciendo. No se trata de que el tipo piense que
llegará a ser feliz: se trata de que, lúcido, vaya siendo
feliz.

A cada momento el tipo llega a algo. Lo malo es que
no se da cuenta. Nada de lo que pasa, pasa. Todo se
hace nuestro. Y el tipo, que siempre quiere apoderarse
de todo, nunca sabe ser dueño de nada.

La felicidad no puede estar al final de ningún camino:
debe ir estando en el camino. No es, nunca, una cosa
hecha: es intención y referencia, es conciencia y fe.
No busca el camino hacia una cosa: se hace, entre las
cosas, un camino.

Todo momento es algo, todo paso es una decisión.
Cada latido es un regalo. Por no haber entendido eso
tuvo que confesar, allá en sus años viejos, la Marquesa
de Sevigné:
-"¡Qué feliz era yo en aquellos tiempos en que era infeliz!.

  
Arthur García Núnez, WIMPI



El cuento de los anteojos

Todas las cosas de este mundo suelen aparecer de una manera y ser, en el fondo, de otra.
En el cine, parece que las imágenes se mueven y, sin embargo apenas ocurre que el tipo sigue viendo lo que ya pasó, mientras está pasando otra cosa...
A veces, eso ocurre fuera del cine también.
Pero lo importante es que si no existiera esa llamada "persistencia de la imagen en la retina", vale decir, si el tipo tuviera la vista bien.., el invento del cinematógrafo habría sido imposible.
También el popular "titilar" de las estrellas -que debiera decirse "escintilar"- responde a un defecto de la vista del tipo.
Si el tipo viera bien, el mundo sería de otra manera.
O si se diera cuenta de que ve mal. El tipo suple; a veces, la siempre secreta ineptitud de sus órganos, con la Lógica.
Y empeora las cosas.
Recordamos el caso del señor que no encontraba los anteojos.
Y admitió, en seguida, dos posibilidades.
-O me los han robado, o los he perdido. Acto continuo, se puso a razonar.
-Pero como mis anteojos carecían de un valor que pudiese haberle hecho concebir al ladrón la esperanza de venderlos, tengo que llegar a la conclusión de que el que me robó los anteojos me los robó para usarlos él. Sin embargo, quien necesite unos anteojos como los míos, sin anteojos no ve. Yo no veo sin anteojos. De manera que, ¿cómo pudo, entonces, ver mis anteojos para robármelos?
Descartó la hipótesis del robo.
-Debo suponer, entonces, que los he perdido. Pero yo únicamente puedo decir que he perdido mis anteojos, después de comprobar que no están en el sitio o los sitios donde suelo guardarlos. Pero para yo "ver" que mis anteojos no están tengo que tener mis anteojos puestos, por cuanto, sin anteojos, no veo.
¡Y pensar que a veces el tipo es pesimista!
No comprende que si las cosas no se arreglaran -siempre y solas- el mundo ya habría terminado hace...
No: el mundo no hubiese podido existir.



Wimpi, seudónimo de Arthur García Núñez, periodista y narrador uruguayo, nacido en 1906 en Montevideo y fallecido en Buenos Aires en 1956. Trabajó en los diarios El Plata y El Imparcial y en la revista humorística Peloduro. La masiva difusión se la dio la radio donde decía sus incisivos textos. Asimismo hizo libretos para actores.

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